Wednesday, November 29, 2017

Words in Books: Toda una vida


Toda una vida (2017) viene a ser accidentalmente el tercero de una serie de libros protagonizados por figuras masculinas donde la exploración ontológica es el tema subyacente. Los anteriores fueron La muerte del padre y Sálvora.

La quinta obra del austríaco Robert Seethalertraducida por Ana Guelbenzu, está ambientada en los Alpes austríacos en la II Guerra Mundial. En apenas 139 páginas, vemos el paso del siglo XX, con su consiguiente evolución política y social a través de los ojos de Andreas Egger, un hombre estoico y determinado de pocas palabras pero sentimientos complejos y profundos. 

Es el relato de un individuo y sus luchas personales, un inventario de vivencias donde los pequeños instantes de estar vivo que marcan una existencia simple se narran con idéntica calma y disciplina que los eventos de clímax dramático. Un verdadero acierto, porque en la constitución de lo que somos, los grandes y pequeños momentos vitales son igualmente relevantes.

Es también el relato del progreso y las cicatrices que deja en las personas y el paisaje. Un progreso enmarcado dentro de las luchas históricas del siglo XX y que arrastra a Egger igual que la nieve de la avalancha.

La narrativa es evocación tierna, melancolía discreta que encuentra dignidad y belleza en la soledad. La tristeza que Seethaler transmite en Toda una vida es pura, poco operática. Como en la vida misma, es la tristeza real del sufrimiento profundo que tiene lugar mientras la vida de los demás trascurre ajena al dolor.

La brevedad del libro parece contradecir el título, pero no hay engaño, como comprobamos después de su lectura. Es una novela profunda, sabia y humana. Lírica, pero con un lirismo esquivo, difícil de aprehender. 

Gracias, Dolores López, por prestarme un libro que llenó mi "ventana polvorienta de mariposas nocturnas" (p.73).

"Se paró a escuchar un instante la caída silente de la nieve. El silencio era absoluto. Conocía bien el mutismo de la montaña, que poseía aún la capacidad de encogerle el corazón de miedo" (pp. 10, 11)

"La Dama Fría - repitió Hannes el Corneta-. Camina por la montaña y se desliza por el valle. Aparece cuando le place y coge lo que necesita. No tiene rostro ni voz. La Dama Fría llega, toma lo que desea y se va. Punto. Te agarra al pasar, te lleva con ella y te mete en un agujero. Y en el último pedazo de cielo que ves antes de la última palada de tierra definitiva, aparece de nuevo y te sopla en la cara. Luego sólo te queda la oscuridad. Y el frío" (p.13)

"Su siguiente recuerdo era de sí mismo a los ocho años, desnudo y flaco, uncido a un yugo de madera para bueyes" (p. 19)

"Egger vio cómo la mano de la abuela se bamboleaba fuera del ataúd; por un momento parecía despedirse de él, un último "que Dios te proteja" sólo para él" (p.26)

"Pensaba despacio, hablaba despacio, caminaba despacio, pero cada pensamiento, cada palabra y cada paso dejaban un rastro justo donde, a su juicio, debían dejarlo" (p. 27)

"Desde aquel día, Egger llevaba grabado en su interior de forma indeleble algo más: el dolor que había sentido tras el breve roce del pliegue de un tejido en la carne del antebrazo, los hombros, el pecho, que al final se le clavó en lo más profundo del corazón. Era un dolor muy leve, y aun así era el más agudo de todos los dolores que había padecido en su vida, incluidos los azotes de Kranzstocker con la vara de avellano" (p.32)

"La mano de Marie era áspera y cálida como un pedazo de madera bruñido por el sol" (p. 34)

"Las palabras le brotaron sin más, y Egger las escuchaba asombrado por cómo se sucedían unas detrás de otras, solas, para conformar juntas un sentido que él mismo les dio con sorprendente nitidez tras haberlas pronunciado" (p.36)

"Se pueden comprar las horas de un hombre, robarle los días o arrebatarle toda su vida, Pero nadie puede quitarle a un hombre ni un solo instante" (p.47)

"La muerte es una porquería - dijo-. Con el tiempo vamos menguando. En unos pasa rápido, en otros puede durar más. Desde el nacimiento vamos perdiendo una cosa tras otra: primero un dedo, luego un brazo; primero un diente, luego la dentadura; primero un recuerdo, luego la memoria entera; y así sucesivamente, hasta que llega un momento en que ya no nos queda nada. Entonces meten nuestros últimos restos en un agujero, los tapan a paladas y listo" (p.52)

"La muerte formaba parte de la vida, igual que el moho del pan. La muerte era la fiebre. Era el hambre. Era una grieta en la pared del barracón por donde se colaba el silbido del viento en invierno" (p.84)

"En general el tiempo lo desconcertaba. El pasado serpenteaba en todas direcciones, y en la memoria las historias se sucedían desordenadas y formaban imágenes y se compensaban siempre renovadas de un modo peculiar" (p.90)

"En casa, por las tardes, Egger se sentaba en el borde de la cama y se observaba las manos. Descansaban sobre su regazo, pesadas y oscuras como tierra pantanosa. La piel estaba cuarteada y arrugada como la de un animal" (p.100)

"En aquel momento lo invadió una nostalgia tan intensa y ardiente que pensó que se le iba a derretir el corazón" (p.135)

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